PANDEMONIUM

Ensayo crítico sobre la pandemia

Lectura no recomendable para intolerantes

 

Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo de 2020

El Gobierno, reunido en Consejo de Ministros extraordinario presidido por el presidente, Pedro Sánchez, ha aprobado declarar el estado de alarma en todo el territorio nacional por un periodo de quince días, para afrontar la situación de emergencia sanitaria provocada por el coronavirus COVID-19 en España.

El Gobierno hace uso de este mecanismo, previsto en el artículo 116 de la Constitución, con el fin de garantizar la protección de la salud de los ciudadanos, la contención de la enfermedad y el refuerzo del sistema de salud pública. «Ponemos en el centro de nuestras prioridades la salud de las personas» ha señalado el presidente en su comparecencia ante los medios de comunicación al término del Consejo de Ministros.

La palabra pandemonio, traducida libremente como «todos los demonios», es el nombre inventado por John Milton para la capital del Infierno, la Alta Capital de Satán y sus acólitos, construida por los ángeles caídos en su obra «El paraíso perdido» acerca del tema bíblico de la caída de Adán y Eva; la obra trata, fundamentalmente, sobre el problema del mal y el sufrimiento. Encerrado entre cuatro paredes el autor ha escrito un diario absolutamente personal para poder recordar en el futuro, suponiendo que sobreviva al coronavirus, lo ocurrido durante el largo confinamiento nacional que supuso la aplicación del Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo y sus modificaciones posteriores.

Durante casi cien días la ciudad de Madrid se convirtió para sus sufridos habitantes en Pandemónium, la capital imaginaria del reino infernal.  

   

Han pasado casi cinco meses desde que se levantó el estado de alarma decretado en España a causa de la pandemia por la COVID-19; sin esperar a ver qué pasaba, nuestro amado líder proclamó a los cuatro vientos que el coronavirus había sido derrotado gracias al esfuerzo de todos (y todas).

Durante estos meses de tregua, la curva de contagiados y fallecidos ha continuado ascendiendo día a día sin que nada ni nadie haya podido aplanarla, demostrándose que no hubo tal victoria sobre el virus.

Instalados en una nueva normalidad cuyo significado real se desconoce, España ha ido llenándose de rebrotes hasta que por su magnitud nuestros dirigentes, siempre atentos a las preocupaciones del pueblo, encontraron un nombre que definiera la situación y la llamaron «segunda ola», lo que todavía no encuentran son soluciones.

Nos anuncian que puede haber más olas para que nos vayamos preparando y no los culpemos siempre a ellos del tsunami pandémico; para empezar se ha vuelto a declarar el estado de alarma, esta vez durante seis meses.

Este libro es la continuación lógica de Pandemónium. porque si hay segunda ola forzosamente tiene que haber segunda parte; al autor, que es muy suyo, no le gusta dejar las cosas a medias.

 

   

«El Gobierno aprobó el 25 de octubre de 2020 declarar el estado de alarma en todo el territorio nacional para contener la propagación de infecciones causadas por el SARS-CoV-2. A los efectos del estado de alarma, la autoridad competente es el Gobierno de la Nación. En cada comunidad o ciudad autónoma, la autoridad competente delegada es quien ostente su presidencia. El estado de alarma declarado por el Real Decreto 926/2020 finalizó a las 00:00 horas del día 9 de noviembre de 2020. El Consejo de Ministros aprobó el 3 de noviembre una prórroga del Estado de alarma por un periodo de 6 meses desde las 00:00 horas del 9 de noviembre de 2020 hasta las 00:00 horas del 9 de mayo de 2021».

Como persona no tenía muchas ganas de seguir escribiendo sobre la pandemia; tras ocho meses relatando la desolación que iban dejando a su paso el coronavirus y sus mutaciones, el autor creyó llegado el momento de dar carpetazo al tema y proseguir con su vida como si la COVID-19 no existiera y solo fuera un mal recuerdo del pasado.

Pero las circunstancias le obligaron a completar los relatos anteriores con un tercer libro dando lugar a una trilogía, tan de moda en un mundo editorial del que él no forma parte pero que influye en su trayectoria; las circunstancias se las ha proporcionado el gobierno de coalición decretando un nuevo estado de alarma que, esta vez, será de larga duración para no tener que sufrir la pesadez de estar dando cuentas en el Congreso cada quince días de lo que haga o deje de hacer.

Muy a su pesar el autor empieza a hacerse un lío con los estados de alarma, sus vigencias y las medidas de acompañamiento, por eso prefiere sacrificarse y completar la serie de libros dedicados a la pandemia, con la esperanza de no tener que volver para escribir un cuarto libro si las vacunas salvadoras que se anuncian no terminan de llegar.

   

Busque, compare y, si encuentra algo mejor, ¡vótelo!

Aunque algunas personas crean lo contrario y lo hayan intentado sin descanso, nadie, ni tan siquiera los propios profesionales de la medicina, puede convertirse de un día para otro en filósofo, virólogo, periodista, intensivista, político, enfermero, tertuliano, inmunólogo, progresista, científico, adivino, ministro (excepción de la regla porque esto sí es posible), informático, analista, psicólogo, investigador, policía, bombero, militar, epidemiólogo, filólogo, higienista, vacunólogo, economista, rastreador, matemático, biólogo molecular, visionario, ecologista, europeísta, sexador de pollos, lingüista, farmacólogo, etc.

Sin embargo, cualquiera que se lo proponga, si pone suficiente pasión, imaginación, paciencia y dedicación y las mantiene vivas durante el tiempo necesario, puede llegar a escribir un libro sobre la pandemia (incluso cuatro si es preciso) sin tener ni puta idea de casi nada y quedarse tan ancho; no es por presumir, pero este ha sido mi caso, tranquilidad y que no cunda el pánico, con la publicación del presente ensayo, doy por terminada mi intrascendente aportación personal a la historia de una enfermedad terrible que de nuevo ha situado a la humanidad al borde de su fracaso como especie.

Para intentar empujarnos al precipicio ya estaban los expertos antes mencionados y otros tantos que no aparecen en la corta relación inicial porque no he querido profundizar; entre todos ellos casi lo consiguen esta vez, pero no contaban con la resistencia y capacidad de aguante frente a la adversidad de la gente sencilla.

   

«No hay quinto malo» se dice en el mundo taurino, pero en el caso que hoy nos ocupa deberíamos decir «No hay sexta mala» porque nos estaríamos refiriendo a la última ola de coronavirus que ha estado a punto de volver a ponerlo todo patas arriba.

El año 2020 fue uno de los peores que se recuerdan, solo superado por años de guerra o hambruna, pero 2021 y 2022 no se han quedado atrás y están recuperando posiciones gracias a una nueva variante del virus a la que los expertos han llamado ómicron, más por seguir el alfabeto griego que propuso la OMS que por el conocimiento que tengan sobre él; cuando parecía que las aguas pandémicas habían vuelto a su cauce, empezaron a aparecer contagiados de ómicron por todas partes.

De nuevo las fronteras se cerraron a los extranjeros, se impusieron nuevas medidas restrictivas, se pretendió la vacunación obligatoria y se buscaron voluntarios que aceptasen vacunarse por tercera vez, en lo que no deja de ser un intento inútil de los gobiernos de ponerle el cascabel al gato; ya dijo alguien, cuyo nombre no recuerdo, que el virus había llegado para quedarse y dos años más tarde no se ha encontrado la manera de erradicarlo definitivamente salvo la machacona receta de vacuna, mascarilla, distancia y lavado de manos.

El autor pensaba que con su tetralogía sobre la pandemia había cerrado un círculo que no pensaba volver a abrir, pero la sucesión inagotable de noticias, contradictorias las más de las veces, consiguió despertar a la bestia que dormía dentro de él; tomando con firmeza entre sus artrósicas manos el capote y ayudado por su determinación, se ha lanzado valientemente al ruedo dispuesto a torear lo que quiera que salga por la puerta de toriles.

«De la oscuridad de un espacio angosto sale el toro para enfrentarse a su destino. Su capacidad de pelear hasta la muerte, paradójicamente, es lo único que puede ya salvarle la vida».